Sé que no estoy donde debería estar, pero ya no estoy donde una vez estuve, y agradeciendo la guía del Espíritu Santo, voy hacia donde debo estar.
Muchas veces estando en el pantano, soberbiamente, luché con mis propios medios por salir, confié con mi propio entendimiento y por último recurso acudí al Señor.
Fueron momentos agotadores, de mucho miedo, de mucho temor, mi alimento fue la angustia y la desesperación, el agotamiento.
Tomando un poco de tiempo recuerdo esos momentos y cómo el Señor siempre estuvo en el fondo de ese pantano, enseñándome que está ahí para mostrarme que no hay nada que temer, estuvo ahí para impulsarme nuevamente a la superficie, y me dí cuenta de lo difícil que fue tratar de sostenerme con un pie mientras sacaba el otro para ir escalado, y lo único que conseguía era permanecer en el mismo lugar, agotando cada gota de energía.
Hoy lo primero que hago es recurrir a mi Señor y mientras Él se inclina hacia mí, aprovecho la oportunidad de saborearme la manera tan espectacular que tiene de rescatarme, y como dice su palabra: ver como pone mis pies sobre roca y como le da firmeza a mis pasos.
¡GRACIAS SEÑOR!