Dios no borra las experiencias pasadas, buenas o malas, difíciles o sencillas, y las deja ahí para que en el preciso momento estén al alcance de nuestra mano y al identificarnos con personas que están pasando por lo mismo, tengamos la capacidad y la empatía de poder consolarlos y ayudarles.
Recordemos como dice San Pablo en una de sus epístolas, «Dios padre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de misericordias de quien viene todo consuelo y que nos consuela en todo momento para que seamos capaces de consolar a quienes necesiten ayuda.»