No soy una persona alcohólica por lo que no he experimentado lo que es querer ingerir tanto alcohol como el deseo te lo permita y la conciencia todavía nos permita estar en pie.
Pero sí tengo muy arraigado el vicio de la comida llevándome a la glotonería y en algunas ocasiones a caer en el espantoso pecado de la gula.
Después de haberme entregado a la comilona, experimento un malestar físico de llenazón, somnolencia, pesadez, dolor, pero también se acompaña de aquel malestar mental del arrepentimiento de no haber resistido un poquito, dándole espacio al Señor de actuar al haber resistido a la tentación.
Me he dado cuenta que tengo la tendencia de apoyarme en mi propio entendimiento y creyendo que puedo controlar la situación, fácilmente caigo en la tentación pensando que debo aprovechar el momento y abstenerme el siguiente día, ¡qué soberbia y estúpidamente ilusa!
Pienso que esa tendencia, de aprovechar todo cuanto puedo comer, pensando que en el mañana ya no habría tal oportunidad, lo podría comparar con el hecho cuando alguien en Israel trató de guardar todo el maná que pudo para el día siguiente, descubriendo que éste se arruinaba, se llenaba de gusanos. Y en ese preciso momento comparé, gracias al Espíritu Santo, el malestar que me producía el haber dado rienda suelta a mi gula era la representación de esos gusanos que arruinaban el gusto que había escasamente disfrutado antes de haberme entregado a la comilona.
Pienso que es una experiencia muy parecida a la que experimentan los que son presa del alcohol o de cualquier otro vicio.
Le pido al Espíritu Santo que nos ayude a estar siempre alertas a esas tentaciones, personalizadas, porque satanás conoce nuestros talones de Aquiles, y que nos permita resistir.