Todos hemos escuchado esos cuentos en donde se encuentra una princesa atrapada en un castillo, encerrada bajo mil candados y con un dragón impidiendo que alguien se acerque para rescatarla.
Pero al final siempre llega el príncipe valiente, que no le teme a nada y que muestra el inmenso amor por esa princesa cuando arriesga el todo por el todo, incluyendo su vida por rescatar a la princesa.
El día de ayer leí algo que me recordó estas historias, no recuerdo muy bien quien lo escribió pero decía así :
«Para ver a Dios calmar nuestra tempestad, es necesario estar en la tempestad; para ver a Dios mover montañas, es necesario toparnos una».
Y medité que aquellas princesas pasaron por momentos de mucha angustia, de depresión, de una rendición a no seguir manteniendo viva la esperanza porque lo que veían no tenía ningún tipo de solución. Posiblemente ni siquiera imaginaron que habría alguien dispuesto a luchar por rescatarlas, y sin embargo sí existía. Llegó en el momento menos esperado, tavés de una forma inusual o cuando ya no podía más. No lo sé…..pero gracias al Espíritu Santo, que no se cansa de mí, comprendí que todos tenemos ese Príncipe, quien tiene sus ojos directamente sobre nosotros y que llega justo en el momento preciso. Ese Príncipe es Rey de Reyes y Señor de Señores, es Hijo del Dios Altísimo y que entregó su vida por nuestro rescate.
Es cierto que como aquella princesa atravesamos situaciones que no comprendemos, situaciones dolorosas, situaciones angustiantes, también tenemos la oportunidad de mantener viva nuestra esperanza porque ese Príncipe siempre llega, que no solo actúa una vez en nuestro rescate, lo hace siempre, que su rescate no tiene fecha de caducidad.
Hoy te pido Divino Espíritu Santo que me ayudes a permanecer firme, de pié, junto a mi Señor sobre la roca.
