Cuando medito en el evento del milagro que Jesús realizó convirtiendo el agua en vino en las bodas de Caná de Galilea, este primer gran milagro del Señor se realizó atendiendo a la petición de su Santísima Madre, quien intercedió por aquella pareja que comenzaba su vida en común. No solamente les ayudó en tan penoso impase, sino que bendijo la provisión de lo que hizo falta.
Quién les diría a aquella pareja que esa bendición sería recordada más de dos mil años después de que se dio aquel evento, y no solo es recordada sino que es un apoyo en nuestras peticiones, cuando por intercesión de Nuestra Madre alcanzamos bendiciones en Jesús.
Pero aquella pareja y seguramente sus familias atravesaron un momento de angustia, de ansiedad, de temor ante la escasez y falta de provisión, cuando no había una mínima oportunidad de completar lo que faltaba. Seguramente si alguien les hubiera dicho que no se angustiaren, que estaban a punto de ver su situación marchando en perfecto orden, hubieran tenido la opción de creer o de mostrarse con mucha duda. No conocían todavía a Jesús, su poder, su compasión.
Hoy nosotros tenemos la oportunidad de conocer a Jesús y de saber cómo es ese Jesús que nos ama, que está pendiente hasta de lo que de momento parecería no tener mayor importancia.
Pero así como en ese evento, nos ha enseñado que se hace cargo de nuestras tormentas, creo, que es importante y necesario pasar por ese momento tan temido pero que nos lleva al gozo de haber salido adelante, y que fue por la acción de nuestro Señor.
Tenemos doble bendición, haber salido adelante y la oportunidad de haber visto a Jesús actuando en esa situación.