Cuando medito en el cuarto misterio de Dolor del Santísimo Rosario, a veces me detengo a imaginar a mi Señor en su largo camino hacia el Gólgota cargando aquel madero inmensamente pesado en forma de cruz, con todas nuestras actas de liberación.
Pienso en primer lugar que tomó ese camino para permitirle al pecado irse adhiriendo a su humanidad, ese pecado que en la fuerza de su horror lo hizo tropezar y caer varias veces debido al peso de su horror.
En todas esas caídas se levantó, dándome el ánimo de levantarme en mis caídas, y como especial enseñanza, en una de sus caídas, aceptó la ayuda de Simón de Cirene, lo que incrementó las burlas y los señalamientos, pero me enseñó a ser humilde y aceptar la ayuda de tantos cirineos que están en nuestro camino y a ser el cirineo en el camino de alguien más.
Hoy por ejemplo estoy aprendiendo a aceptar la valiosa ayuda de mi esposo, quien atiende cosas que yo antes atendía, y si al principio me costó hacerme a este ritmo de vida, hoy lo aprecio muchísimo porque sé que es Dios quien dispone esos cirineos en nuestro diario caminar. Qué estúpidamente soberbia he sido diciendo «no gracias, aquí puedo», y aunque así fuera no pienso seguir quitándole la oportunidad a los cirineos que mi Señor me presenta.