Meditando en el cuarto misterio de Gozo del Santísimo Rosario y gracias a que el Espíritu Santo, que no se cansa de mí, dirige mi atención hacia el momento en el que, este mismo Espíritu, guía a Simeón y a la profetiza Ana a estar en el templo en el lugar y en el momento preciso de la presentación del Niño, tienen acceso a recibir ese encuentro con Jesús.
Medito que para el Dios de lo imposible, que resucita a los muertos y que trae a existir lo que no existe, siendo un bebé coordinó la manera en que se acercaría a estas dos personas. Me doy cuenta que siendo un bebé dependiente completamente de su madre, se acercó a dos personas que lo esperaban desde hacía mucho tiempo. Solo tenían que seguir firmes, creyendo en aquello que no veían pero que sabían que vendría.
Pienso en otros encuentros y como en todos el Señor nos da su cercanía como en el caso de la mujer samaritana, buscó ese momento en el que ella sacaba agua, en la hora más caliente, lejos de las críticas y burlas de las otras mujeres.
Llegó a la piscina de Siloé justo antes de que el paralítico se rindiera ante sus intentos de alcanzar el agua.
Viajó para encontrarse con aquella madre sirofenicia para atender la súplica por la liberación de su hija.
Pasó por Naín justo en el momento en que una madre enterraba a su único hijo amado.
De camino hacia la casa de Jairo para atender la solicitud de sanación en su hija, le dió la oportunidad de que una mujer tocando su manto encontrara sanación.
Y así, de muchas maneras nos enseña que su amor no sigue un patrón determinado que nos exige cumplir ciertos requisitos para recibirlo, lo único que nos pide es tener fé, abrir el corazón y dejarlo ser Dios en nuestra vida.
Nos sorprenderemos inmensamente de verlo actuar a su grandiosa manera y no a como nuestra mente limitada lo imagina.
¡GRACIAS SEÑOR!