El día de ayer leí en un sermón, que tener ansiedad, no es sinónimo de no confiar en Dios, no es debilidad, ni significa que padecemos este enemigo espiritual porque está relacionada con el pecado. Jesús padeció una terrible ansiedad en aquella noche de oración en el huerto de Getsemaní, cuando al confesar su tristeza como de muerte, reconoció ante el Padre su deseo de no querer atravesar por el abandono, la traición, el dolor, el padecimiento y le suplicó en tres ocasiones al Padre que si era su Voluntad, que alejara de Él aquel trago amargo.
He aprendido este día que al reconocer cómos nos sentimos, no es un síntoma de debilidad, no es un fallo espiritual sino más bien es entregar a Dios lo que no podemos entender, y es en ese preciso momento en que dejamos que Dios se haga cargo, es aquí donde comenzamos a experimentar esa paz que sobrepasa todo entendimiento.
Hoy estoy aprendiendo a no decir siempre que estoy bien, estoy aprendiendo a presentar ante el Padre cómo me siento, recibiendo el principio de la victoria, viendo como la ansiedad pierde fuerza al reconocer ante el Padre que no puedo más.
Es aprender que sin importar cuan grande es lo que se viene, decir «NO SE HAGA MI VOLUNTAD SINO LA TUYA».