Aunque Juan el bautista hacía ver a Herodes su pecado, éste sentía una leve especie de agrado por Juan, aparentemente lo escuchaba y algo dentro de él se movía con las prédicas de Juan.
Sin embargo después de encarcelarlo le dio muerte, porque las espinas de la presión de quedar bien ante el mundo pudieron más que la voz de su corazón. Como dice san Pablo: no hacemos lo que el Espíritu quiere y sí lo que la carne quiere. (Mc. 6, 14-29).
Cuantas veces sentimos el corazón henchido de gozo después de celebrar la Santa Eucaristía, o al ser movidos por un sermón, una canción, alguna lectura o alguna palabra escuchada, pero a veces casi inmediatamente, o después de algún tiempo aquello que tocó nuestro corazón se desvanece, como la semilla que cae en tierra árido o la que es abatida por la maleza y las espinas. Será porque caminamos y conocemos al Señor únicamente desde lejos?
Caminamos sin entrega, sin compromiso, muy fácilmente lo ponemos abajito de nuestros compromisos, nuestros deseos, decapitamos muy seguido la Palabra depositada en nosotros porque la opinión del mundo es más fuerte.
Comencemos a seguir al Señor de cerca, no dejemos esta decisión para después, encarcelada su Palabra no dejamos que dé frutos en nuestro corazón.
No sigamos sacrificando esa cercanía antes los compromisos y circunstancias de la vida.