Siempre mal interpreté el hecho de que si expresaba mi malestar, era porque no estaba confiando en el Señor, y cuando digo expresar, no me refiero a una vulgar queja, a un desconsiderado reclamo, es más bien tener la oportunidad de sincerarme ante mi Padre, reconociendo que no puedo más.
Después de haber aprendido que Jesús confesó en voz alta que estaba atravesando por «una tristeza como de muerte», cuando le suplicó al Padre que si era posible que le librara de pasar por aquella copa, estaba expresando el terrible peso de su ansiedad.
Y viene a mi pensamiento, gracias al Espíritu Santo, tres acontecimientos de tres diferentes personajes en tres diferentes épocas, que al reconocer ante Dios que no sabían cómo proceder, que no podían más, entonces el Señor les mostró que Él sí sabía que hacer, que ya lo había realizado desde la eternidad.
Elías, cuando huyendo de la reina Jezabel, se escondió en una cueva y hasta le pidió a Dios que mejor le quitara la vida. En un suave murmullo Dios renovó su manera de ver las cosas, y fue después de que Elías confesara su limitación, su tope a la capacidad que había tenido para enfrentar las situaciones.
Felipe, cuando reconoce ante Jesús que no sabe cómo proceder para alimentar a las personas que se encontraban en las multiplicaciones de panes y peces, fue después que le confesó a Jesús que no sabía cómo podía hacer, que Jesús le mostró que Él sí sabía.
Cuando la samaritana al ser enfrentada por Jesús, reconoció su soledad ante la búsqueda de un marido y confesó que no tenía.
En los tres eventos todos se sinceraron con el Señor, y fue entonces que abrieron la puerta para que el Señor comenzara a realizar lo que había preparado desde la eternidad.
Dios tiene una respuesta y un plan para cada situación, solo tengo que seguir confesando mis limitaciones y esperar en Él.