Satanás no nos ataca con estruendos, ni con gritos, sino lo hace calladamente, en forma de susurro.
Perseverantemente va sembrando dudas, agranda nuestros fracasos, repite heridas y ofensas que recibimos en el pasado, nos hace añorar un pasado en el que engrandece la idea de que todo era mejor. Comienza a apagar la luz que el Espíritu ha encendido.
No permitamos que siga disfrutando en nuestra mente que es su «playground» favorito, su centro de cocina en donde mezcla ingredientes y hornea a su gusto. No permitamos que se apodere de nuestra mente, no es que logremos expulsarlo de un sola vez, pero ¿cuántas veces hemos estado conscientes de que poseemos una armadura de Dios para resistir? No le permitamos que termine de hornear cuantos pasteles desee.
Vistámonos cada día con la armadura de Dios y a resistir.
	
	
