En la segunda carta de san Pablo a los corintos, 2Co 12,7, él comparte la experiencia cuando le pidió a Dios que alejara de él ese aguijón que llevaba en la carne, se lo pidió tres veces y el Señor le hizo ver que continuaría llevando ese aguijón y que con su Gracia le bastaba.
Siempre pensé que ese aguijón era algún malestar en su cuerpo, alguna carencia, algún padecimiento físico.
Pero gracias al Espíritu Santo, que no se cansa de mí, he comprendido que ese aguijón del cual san Pablo pidió ser liberado, es todo aquel aguijón que nos aleje del Padre, es cualquier impedimento que llegue a obstaculizar nuestra relación, nuestra dependencia con el Padre, es cualquier alimento que fortalezca nuestra soberbia, nuestro orgullo, nuestra autosuficiencia alejándonos de la hermosa dependencia hacia el Padre.
No sé si ese aguijón fue las veces en las que estuvo preso, en las que naufragó, en las que pasó hambre y escasez, en tantas situaciones a las que él se entregó para seguir disfrutando de la Gracia de Dios. Sólo sé que Dios utilizó todas estas experiencias en la vida de san Pablo para mantenerlo centrado en el poder divino y no el suyo.
Nuestras debilidades nos ayudan para que Dios las use y así mantener nuestra confianza arraigada en su actuar, en su voluntad en su proceder en su G R A C I A.